
EXONERACIÓN TELEMÁTICA DE PASIVO
El gancho.
Es verdad. El título puede que sea un gancho. Pero es que en realidad la reflexión viene motivada por la extraña sensación que produce la tramitación y obtención de la exoneración del pasivo insatisfecho, por grandes importes, de cientos de miles de euros, sin un solo contacto personal. Sin que el deudor haya interactuado con los acreedores, ni con el administrador, ni con el magistrado.
La situación.
El deudor, funcionario jubilado, contrató por internet a un despacho que se ocupó de presentar la solicitud de concurso, la documentación pertinente, y llegado el momento, instar la conclusión tras un plan de pagos y solicitar la exoneración.
El juzgado nombró administrador del concurso de un funcionario jubilado a nuestro economista in house, como se dice ahora, que es tanto como decir al mayor de mis hijos, que tiene un máster universitario en administración concursal.
Anduvimos a vueltas con la financiación de un vehículo, los gastos precisos para el sustento y habitación ( en el dorado retiro isleño elegido por el concursado ) y ni siquiera los acreedores más perjudicados, que fueron entidades financieras, parecían interesada en formular observación alguna.
El resultado.
El juzgado aprobó nuestros honorarios ( francamente exiguos, como todo el mundo sabe en este negocio de la administración de concursos de escasa entidad ), el plan de pagos, la imprevisibilidad de declaración culpable o posibilidad de acciones de reintegración, la exoneración del resto del pasivo y la conclusión del concurso.
Lo más que realizamos fue una conexión telemática ( con la extrema complejidad técnica de una hora menos, ironía on ) y así, sin más parafernalia, el discreto funcionario, ávido lector del BOE, vio consumado su propósito de no devolver a tres entidades bancarias los fondos que había obtenido y con los que no descarto que sus descendientes hayan visto mejorada su situación económica, aunque ni me conste, ni pueda demostrarlo, ni parezca importarle a nadie.
Y aquí es donde me alcanza cierta nostalgia melancólica, recordando el estudio, casi cuarenta años atrás, de la máxima temible de que el deudor responderá de sus deudas con todos sus bienes presentes y futuros. No hay duda de que aquella era otra época, otro mundo, y que hoy unos cuantos cientos de miles de euros se desvanecen graciosamente en el aire en linda pirueta concursal, en un técnica cabriola, sin ni siquiera un suspiro de asombro, ni un aplauso, ni una modesta reverencia.
¡ O tempora, o mores !.
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