EL GRUPO PATOLOGICO

¿ Quién no conoce la letanía infantil de los cinco deditos ? Este fue a la plaza, este compró un huevo, este lo frió, este le echó sal, y este pícaro gordo, todo se lo comió.
Todo comienza cuando la pareja ve el anuncio de la casa de sus sueños. Contemplan absortos la infografía idealizada de su futuro hogar, que estará además en la zona que anhelan para vivir. Desde que esa emoción anida en sus corazones ya no hay remedio. La araña les envolverá en las sedas de su red.
 

Las empresas no son el demonio. Todo lo contrario, son nuestros clientes, generan riqueza, crean empleo, añaden valor y pagan impuestos. 

Sin embargo, no todos sus entramados son edificantes. Algunos tienen forma de laberinto, en los que el consumidor que entra tiene pocas opciones de saber salir. Eso ocurre con los grupos empresariales a los que la doctrina califica de patológicos. 

En el caso que acabamos de resolver los clientes de BERDEJO-ABOGADOS han sido tres jóvenes parejas, deseosas de comprar los chalets anunciados en el escaparate de una inmobiliaria. El documento que, según les dijeron, constituía una reserva, incluía una cláusula de devolución del depósito si la promoción no se echaba a andar en el plazo de un año.
La realidad detrás del escaparate, el trasfondo societario, es un holding de decenas de empresas que forman un panal, del que no escapa una sola gota de miel.
 

Una empresa del grupo opta a los terrenos, otra los financia, otra los adquiere, otra cuenta con los técnicos que desarrollan los proyectos de delimitación, compensación y ejecución, otra comercializa el producto final, otra organiza y gestiona las aportaciones de los compradores ( a veces como cooperativistas, comunidades de autopromotores, y otras figuras que tengan como denominador común descargar de responsabilidad al grupo y evitar un excesivo apalancamiento ), otra actúa como promotora, otra como constructora, y otras como gestoras y mantenedoras de las comunidades de propietarios.
Ni un solo céntimo cae fuera del círculo de confianza. Ni un céntimo cae al suelo y hace ruido. Todo lo absorbe el pícaro gordo en la telaraña que hay en el centro del laberinto.
 

¿ Pero, entonces, a cuál de todas esas empresas pertenecen quienes con tantas sonrisas, simpatía y eficacia, entran y salen del local cuyo escaparate mantiene absortos a nuestros clientes ? Pues a todas y a ninguna, porque las nóminas de todos ellos se pagan por la enésima empresa del grupo ( la que según todas las apuestas será la última en cerrar cuando llegue el frío y la miel se haya acopiado en panales de otros bosques ) pero las sonrisas no trabajan solo para quien les paga, sino para todo el entramado de empresas creado para la captación, financiación, adquisición, urbanización, comercialización, gestión, promoción, construcción y administración. De ahí que reciban la calificación doctrinal de grupo patológico.  

A nuestros clientes les dijeron que era más fácil y rápido tramitar la financiación del proyecto en forma de cooperativa, se ofrecieron a gestionársela ( por un módico precio ), les implicaron en el consejo rector, y cuando quisieron darse cuenta podría parecer, a ojos de un espectador incauto o desatento, que eran ellos mismos los promotores del proyecto, los tiburones del ladrillo, los especuladores. 

Nada más lejos de la realidad: ni el precio del producto final era el adecuado para la zona, ni hubo más incautos, en todo un año, que las tres parejas que luego buscaron nuestro asesoramiento, ni se obtuvo la financiación, ni se custodiaron fielmente por la gestora de la cooperativa ( una de las empresas del grupo, claro ) las aportaciones de los infelices compradores, ni les contaron que sus fondos se destinaron al pago de los gastos de captación, gestión, informes técnicos, licencias, y gastos de promoción. 

Cuando, tras vanos intentos de solución amistosa, tuvimos que acudir a la reclamación judicial, simplemente para recuperar las aportaciones, presentamos los documentos, requerimos a las administraciones públicas, interrogamos a los empleados, y demostramos la existencia de un grupo patológico, predispuesto para exprimir hasta el último céntimo de quienes acudían al laberinto atraídos por el dulce olor a miel. 

La magistrada no acogió los argumentos de la depositaria demandada, al respecto de que nuestros clientes se alzaban contra sus propios actos y perseguían un enriquecimiento injusto, sino que admitió nuestra tesis de que los demandantes se habían limitado, en todo momento, a pagar y obedecer. 

Se habían limitado a soñar.

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